domingo, 6 de mayo de 2007

Y una lágrima le sigue a la otra

Fue ayer en la tarde cuando, tras ser testigo de un grave accidente de tráfico, uno de los conductores que presenciaron la tragedia, bajó de su coche sin pronunciar palabra alguna y comenzó a llorar con gesto de pánico y lagrimas breves, expontaneas y concisas.

Minutos despues y debido a mi sensibilidad y frágil corazón fui yo la que no pude contener mis glandulas lacrimales y me uní a su llanto.

La diferencia entre los dos: unos pocos años de edad, el medio de transporte (yo viajaba en autobus) y la más importante, el sexo.

Cuando digo sexo, no me refiero a practicarlo o no, lo que dudo que influya en el modo de llorar de dos personas adultas; sino al hecho de ser hombre en una sociedad en la que culturalmente los hombres no lloran, los hombres son fuertes, los hombres son insensibles y los hombres han olvidado lo que significa la tristeza.
Si lo miramos desde la otra perspectiva, las mujeres somos los seres llorones por escelencia en la sociedad, los que jugamos el rol de histericas, preocupadas y capaces de soltar lagrimas a cuaquier edad.

Estereotipos hipócritas

La mayoría de los Españoles entre los que el chico del accidente y yo también nos encontramos, hemos crecido rodeados de un padre al que nunca vimos soltar una lágrima, de unos compañeros de escuela que tampoco sabían lo que era llorar si representaban la parte masculina de la clase, de unos abuelos que tampoco lloraban, y así uno tras otro se completa el papel masculino de la sociedad occidental en la que la cultura puede a la naturaleza, que sabiamente nos hizo a todos capaces de derramar lágrimas por igual.

Para terminar de recordarnos el lema, y por si nos quedara aún alguna duda, películas, series de televisión, canciones, revistas y demás medios de masas nos recuerdan una y otra vez las 24 horas del día quién es digno de ser visto en actitud de tristeza sin perder la compostura.

Finalmente diré que con el paso de los años y a base de tratar con muchos y diferentes hombres, los considero seres muy sensibles (la mayoría, de donde se podría hacer alguna excepción) y lucho contra la injusticia de no permitirles socialmente llorar ya que, bajo mi punto de vista, muchos psiquiatras y psicólogos se quedarían sin sus tan queridos clientes si estos se permitiesen a sí mismos sentir, admitir sus temores, luchar contra sus frustraciones y aceptar que a pesar de ser hombres: QUIEREN LLORAR

1 comentario:

Jonás dijo...

Me encanta tu blog, he disfrutado mucho leyendo todos los post, simplemente delicioso.

Por favor no dejes de escribir.

Te paso también el mío, por si te quieres dar una vuelta...

http://cafetera.etsit.upv.es/jonasblog/

Un beset.